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CHUECO: "Feo como la chingada"

Foto del escritor: Vago FloresVago Flores

Hace años, me perdí entre los callejones serpentinos de San Miguel de Allende. Cargaba una maleta, la cartera medio vacía y una cajetilla de cigarros. Deambulaba entre la noche. El cuerpo se me trababa; duré cinco horas en el camión, otras dos esperándolo. Mi única guía fue un letrero de madera, afuera de una puerta: abierto.


Me asomé temeroso al bar. Recuerdo pocas personas. Encontré dos o tres mesas, el escenario improvisado y una larga barra. Me senté en la barra. Pedí una chela y un mezcal.


Cuando me sirvieron la cerveza, caliente, noté que el cantinero fumaba. Le mostré mi cajetilla y pregunté si había pedo. Negó con la cabeza sin prestarme atención. Encendí un cigarro y me dejé caer en el asiento. La maleta la acomodé entre mis piernas.


—Me regalas uno —, fue un enunciado, no una pregunta. Me asomé por encima del hombro y lo conocí: el hombre más feo que he visto en mi vida. Feo como foco fundido, dicen. Feo como la chingada, digo yo. Una ceja le aprisionaba el ojo por un lado; el pómulo por el otro. Unos pelos apenas caían sobre la frente arrugada y con manchas. La pupila que sí emergía era lechosa, sucia. Su dentadura, impar.


—Simón —extendí la cajetilla hacia él, intrigado. Como perro hambriento, me la arrebató de la mano y acomodó dos cigarros entre los labios. Se dio la vuelta y los encendió con un cerillo—. Era uno, cabrón.


Cual bestia, me vio desde lo bajo, furioso. Me aventó la cajetilla de regreso, me dio en la cara. Empujé mi asiento con una pierna y solté el madrazo. El chueco retrocedió entre saltos anfibios y siseo como reptil. Con la mano tullida, representó una cruz frente a mí.


—Diablo —repitió una y mil veces mientres aseguraba su escape. Me dio flojera seguirlo.


Recobré mi lugar en la barra y le pedí otra cerveza al cantinero.


—Todo un personaje, ¿no?


“Quizá”, pensé.

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