Sólo dos veces me han bolseado. Para una de las personas que amo, eso es señal de buena suerte, porque no me ha ocurrido más veces. Apenas hoy, más de cinco años después de haber llegado al DF, fue mi segunda...
La marabunta me arrastró al metrobús. Un culero vio la oportunidad, jaló el cable de mis audífonos lo suficiente para tomar mi celular y salir del transporte, justo antes de que se cerraran las puertas.
Lo recuerdo y todo parece tan lento en mi memoria. En su momento apenas pude reaccionar para mentarle la madre e intentar agarrar la playera del cabrón. Tan lento, pero tan rápido. Reaccioné en automático ante las recomendaciones de extraños, pero fue inútil: el celular quedó en el olvido.
Caminé por las calles de La Roma y todo me emputaba. No pensaba más que en llegar a mi depa, rastrear el cel, avisarle a mi padre, ir por el culero y quebrarle las piernas. No hice lo último. No por buen pedo, sino por cobarde. El GPS me marcó las afueras de la ciudad, zona que más tarde ni la policía me recomendó visitar.
“Ya delo por perdido, güero”.
Ahí dejé la situación.
Unas horas más tarde, camino por la misma Roma, sólo que es de noche y está fresco, desolado. Camino desnudo. Al menos así siento la nalga izquierda. Trato de no pensar en ella. Voy tarde para ver a mi Duende. Me detengo a preguntar la hora tres veces. Tres putas veces porque al parecer no es seguro darle la hora a alguien. Me detengo a saludar. Tres veces. Tres veces que me dejan saludando al aire. Tampoco es seguro, supongo. Vuelvo a sentirme desnudo.
Vivo en un mundo jodido. No por el crimen ni la impunidad, sino porque ahora todos nos sentimos desnudos y avergonzados; porque no puedo desear buenas noches sin que me ignoren; tampoco puedo pedir la hora. Soy un “pinche loquito” si grito en la calle el nombre de mi novia para que me abra la puerta del edificio sin timbre. Sobre todo, me sé en un mundo jodido porque por casi un día sentí mi nalga izquierda desnuda. Me importó más la ligereza del pantalón, que saberme a salvo, que pelear por lo que es mío, que mandar a la chingada las mamadas.
Vivo en un mundo jodido y me vale madre.
Este mundo jodido es el que me regresó a la computadora a escribir. En este mundo jodido conocí a mi Duende y a mi Changa. Es por este mundo jodido que me lees. Me vale madre que sea en una computadora, con tinta o, a pesar de ser un “pinche loquito”, gritando en la calle.
Sólo en un mundo jodido valdría el gusto y disgusto de usar mi voz.
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