Vago Flores
DESCALZA: "Pasto mojado"
El pasto perdió su color, la tierra se apoderó del jardÃn en casa de sus padres, infertilidad que come todo a su paso.
Ella lo observa desde la ventana en la cocina. El aroma a café quemado inunda la habitación. Al menos le reconforta, es un viaje a los vestidos florales y a los moños y a los sábados de misa; a su padre diciéndole que se meta a la casa, que se va a enfermar si sigue corriendo en el pasto mojado y en la lluvia.
Recoge los platos del desayuno y los acomoda en la tarja. Deja correr el agua frÃa por más tiempo del necesario; sus manos se quedan quietas ahÃ, debajo del grifo. Se acaricia con la mirada perdida en el columpio.
El tiempo roÃo sus cuerdas. Cuelga débil de un árbol oscuro, olvidado en el rincón del jardÃn sin barda.
Por un momento, cree ver una gallina entre los arbustos. Es absurdo, las gallinas se fueron hace años, junto con el pasto y con la lluvia.
El reloj de la sala anuncia las doce del dÃa. Debe empacar todo antes de partir y no mirar atrás, antes de que la sequÃa carcoma todos los cimientos y los tumbe. Debe marcharse. Cierra la llave del agua y se encamina hacia la sala. Las piernas le fallan, tiene que aferrarse a la red de la puerta para no caer.
Desde ahÃ, el jardÃn parece más apagado y honesto; como los recuerdos, lejano. Hipo en la mente, que aparece breve y sin secuelas.
El tejido metálico comienza a ceder, se abre entre las uñas manchadas. La luz se filtra en pilares de polvo. Ella se apoya contra el muro y deja ir. Empuja la puerta para que bañe de sol sus pies.
Se da cuenta de que aún lleva las pantuflas acolchonadas. SonrÃe cansada mientras las patea para exponer su piel.
Un paso tras otro, llega a los escalones. Siente la calidez hasta las rodillas desnudas. Escucha a su padre. Huele el café de su madre. Un paso tras otro siente el pasto mojado, entre los dedos, en las mejillas.