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  • Foto del escritorVago Flores

La vida es perra

Esta dívague es completamente improvisada.


Escrita hace unas horas, en un eterno presente de mi voz. Debería estar revisando trabajos de mis alumnos, quizá; trabajando en mi proyecto narrativo. No es que no tenga mi calendario de publicaciones preparadas de antemano, ni que dijera a la chingada a ver qué sale, total que los lectores son unos pendejos y les vale madres, no… Pero la vida no funciona en blanco y negro. He aprendido con los años que no puedo —ni debo— planear todo de antemano, porque, cuando menos me lo espero, el día se torna de la chingada y se pone perro.


Justo por eso estoy escribiendo. No por mí, sino por ti, hermano, y por el Pelucas,


porque la vida es perra.


Para los demás, contextualizo. Ya saben que no soy la persona más amiguera, que soy orgulloso y mando a las personas a la chingada; aun así, hay un número limitado de personas que me han aguantado mis mamadas. Entre ellas, un egipcio. Por casi veinte años, el cabrón se ha fumado todas mis pendejadas; hemos reídos y llorado; en una ocasión incluso me soltó un putazo —bien merecido—; soy hijo de su madre y él de la mía.


Sin pelos en la lengua, ni en la mano, puedo decir que gracias a ese cabrón he aprendido un chingo de lo que significa ser, bueno, un cabrón, una persona admirable, un ejemplo. Porque él lo es. Y tan lo es, que hace algunos días rescató a un perro ¿en una avenida? de mi tierras, el Pelucas. Si no me equivoco ni ando de disperso, vi en una historia de su instagram, que lo encontró lastimado a un lado de la calle y, sin dudarlo, lo trepó a su carro. Lo llevó al veterinario, confirmaron un mal diagnóstico: desnutrición, varias heridas y la cadera rota. No estaban seguros de si necesitaría cirugía o no. Tampoco si la libraría. Ese pedo sale caro, no es sorpresa.


Así que no la pensé. Le escribí un mensaje y deposité quinientos varos. Una mierda pa’ la situación, pero era con lo que podía aportar. Aún así me contestó con un “Yyy… Rifado” y el agradecimiento de ambos.


Me incomodó ese pedo. Siento que no fue nada. No me malentiendas, no soy de creer que el dinero no vale nada —por algo me la parto pa’ que no falte comida en la mesa—; pero estamos hablando de que el chingón que se paró a media avenida, no sé si entre tráfico o riesgo de que el Pelucas lo mordiera, me agradecía a mí por lo poco que pude aportar de ¿cuántos pesos qué él había puesto? ¿Cuántas futuras desveladas? ¿Cuánta chinga?


Era lo menos y único que podía hacer, eso y estar al tanto no de Pelucas —pues, sin duda estaba en buenas manos—, sino de mi amigo.


Por varios días me mantuvo al tanto de cómo evolucionaba el Pelucas con fotos y videos. De alguna forma que no esperaba, lo apadriné. ¡Y vaya ahijado (¿aperrado?) que me conseguí! Cruza de pitbull y labrador, con una pizca de akita. El cabrón era un guerrero, igual que su salvador [No yo, no mames]. A pesar de la cadera rota, el pendejo se la rifaba a diario por mejorar y con una pinche actitud adorable. “Un oso con corazón de mariposa”, me gusta decir. En cada foto se le veía en agonía; apenas podía sostenerse de pie para comer; bebía agua echado, con la cabeza de lado; las costillas eran su coraza y una cicatriz a lo largo de todo el hocico denunciaba una vida cabrona, una vida perra… A pesar de ello, al escuchar los chiflidos o la voz de mi amigo, movía la cola tímida y buscaba amor con la mirada, con nobleza.


El fin de semana pasado, me escribió mi amigo. “El Pelucas está agüitado de a madres en la veterinaria”, Porque te extraña, pensé, “pero sí va a vivir”. Ni siquiera iba a necesitar cirugía; bastarían medicamentos y reposo. A güevo.


En el entretiempo en que todo esto pasaba, yo le fui platicando a mi Duende; le confesé del dinero que di y obviamente me dio la razón. Cada que platicábamos del Pelucas, abrazábamos a nuestro flaco. El pendejo no sabía por qué le dábamos más amor del que acostumbramos y, sin duda, tampoco se quejaba. Él se deja amar, cómo no.


Pero anoche me escribió mi amigo: “Qué pedo”.


Qué hay, mijo. ¿Cómo andas?


“De la verga, la neta”.

 

Como escritor, me gustaría decir que este es el momento narrativo en que juego con tus sentimientos sólo para sorprenderte, que sólo estoy generando tensión a partir de la retórica para que digas “Ah, pinche vago, me asustaste un segundo”, que la historia termina con una lágrima alegre y coqueta. Personalmente, me gustaría que así fuera, que esto sólo fuera un cuento sobre el que yo tengo el control, al que puedo manipular a mi antojo.


Pero esto no es una narrativa, no es un cuento, no es una película… Esto es una historia de la vida real y te lo dije desde el inicio: la vida es perra.


Muchas veces no tiene sentido, sólo pasa y eso está de la verga. Constantemente le digo a mis chamacos que como creadores tenemos una obligación con nuestros lectores: compartirles los mensajes que creamos honestos, que parte de nuestro trabajo es entretener, sí, pero también hacer que se cuestionen, que propongan mejores mundos —independientemente de si los finales son felices o no…


Porque sí, la vida puede ser perra, pero el qué hacemos con ella depende de nosotros, de nuestras sonrisas; depende de que levantemos el rostro aun con lágrimas y sigamos chingándole por los chamacos, por los ancianos, por el necesitado y el que no, por los Pelucas y los flacos, por cada uno de nosotros.


Por esta ideología es que mandé a la chingada mi calendario. Esto es una carta para ti, hermano. Anoche me pediste sólo un favor: “¿Podrías escribir algo del Pelucas? Lo que tú quieras, sólo para que mi amigo sobreviva de alguna otra manera a este mundo de mierda”.


No soy médico, no soy mago, no puedo salvar vidas. Soy un pendejo con quinientos pesos, de vez en cuando, y mis palabras, pero si tú, si quien sea, siente que mis palabras otorgan vida, seré el pendejo con quinientos pesos y mis palabras que ahora son tuyas y del Pelucas, donde sea que esté.


Esta es una carta para ti y para el Pelucas y lo que representa. Así que lo deletreo con lágrimas entre mis teclas:


A M I G O


G U A P O


Q U I M E R A


P E L U C A S


Siempre, aunque la vida sea perra…

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No todo lo que escribo es seda.

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