Dónde carajo estoy. Todo me duele. Todo aprieta. Todo se mueve. Estoy flotando. Me cuesta abrir los ojos, pero me doy cuenta de que estoy en una tina, una pinche tina.
Las luces están apagadas y no logro distinguir el espacio a mi alrededor. El agua está fría, tanto que no siente el pene.
Intento sostenerme del borde para salir, pero, pendejo, se me resbala la mano. El putazo en la quijada retumba hasta la punta del culo. Se frunce mi ano y el cuerpo entero se me retuerce. Me dejo caer contra la espalda, mientras me sobo el madrazo.
Conforme recorro la piel, siento mis labios. Son gruesos, carnosos, suculentos… ¿Tengo las uñas largas? Cámara, qué pedo. Palpo mis mejillas, los hombros, mis… ¡Tengo chichis, cabrón! Qué pedo. No mames, nomames, NOMAMES…
Salto en chinga del agua, tropiezo con la tina y caigo en seco contra el piso.
Sigo palmeando mi cuerpo, el vientre, los muslos, ¡nalgas! No tengo pito, no tengo escroto… No es posible. Soy hombre. Sé que lo soy. Me he cojido morras. Las he penetrado. Gritaban de placer. Soy hombre. Soy… Me llamo… Cómo vergas me llamo.
Quién soy.
Las lágrimas son cálidas ante la piel, la abrasan. Mis manos caen rendidas sobre mosáicos fríos. No puedo moverme. No respiro. Los pulmones se vacían poco a poco. La sangre me pesa, palpita en rincones desconocidos.
Me rindo sobre un charco húmedo. No sé si es el agua de la tina, mis lágrimas o si me oriné. Apesta. Siento náuseas, el estómago gruñe hambriento, saboreo la bilis en la punta de la tráquea.
No mames… No me puedo quedar aquí, llorando, sobre mi vómito, desnudo.
¿Desnuda…?
Desnudo.
Como puedo, me levanto. Las rodillas apenas soportan la carga de mi cuerpo, se tambalean débiles, alas frágiles de mosca.
Trastabilleando, choco contra una pared. Me arrastro por ésta, reconociendo el ambiente. Manoseo sólo concreto y grietas y lo que asumo es moho… Mis dedos se entumen, se agarrotan en un puño. Se rehusan a continuar, pero me apoyo sobre los codos. Un paso… Otro…
Un relieve.
En la pared siento algo plástico, salido… ¡Un puto interrumptor! Sin pensarlo, lo enciendo.
La luz me cega y tumba de regreso al suelo. Me protego con el brazo. Puta madre. Creo que grito. Sé que me retuerzo como cucaracha, que busco refugio a tientas.
Poco a poco, mis ojos se acostumbran a la iluminación. Puedo abrirme nuevamente.
Sólo me rodea gris y frialdad. No hay más que la tina de la que emergí, lavabo, espejo, bombilla al centro, puert…
¡Una puerta, mamón!
Corro como pendejo. Golpeo y golpeo y pateo y berreo que me dejen salir, que qué hago ahí, que tengo hambre, que qué me pasó, sáquenme, culeros, sáquenme, no mamen, quién soy, qué hago aquí, pinches ojetes, por favor, por favor…
La puerta está trancada del otro lado, sellada con no sé qué chingados. La perilla no cede. Necesito forzarla, pero no me quedan fuerzas…
¡El espejo! Quizá puedo quebrarlo y forzar la cerradura.
Corro. Tropiezo. Caigo. Putazo. De pie. Suelto un madrazo al espejo. Se cuartea frente a mí. Lo que era un sólo reflejo se convierte en cientos de pantallas que muestran lo que soy, una mujer.
Mis tetas caen flácidas sobre una panza descuidada. Pecas recorren el pecho y los hombros, tan flacos, tan frágiles. Mi mano, que no es mía, se apoya en la quijada llena de grasa. Lloro. Me veo, pero no me reconozco. No soy yo. No puedo serlo.
¿Cómo me veía antes?
¿Quién era?
¿Quién soy?
Miles de ojos me observan, me juzgan, cuestionan mi identidad. Los descubro míos.
Arranco uno de los fragmentos del espejo. Lo sujeto hasta que la cálida sangre fluye entre los dedos, por la muñeca y gotea sobre los pies.
No me queda fuerza para abrir la puerta, no me queda tiempo. Me di cuenta desde antes, no lo admitía.
De un tajo, corto la garganta, a un lado. El miedo mana hasta los pezones negros, se pierde en la pubis, se detiene en la vagina.
Tanta sangre, tanto miedo, tanto frío que envuelven a ese cuerpo olvidado.
