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  • Foto del escritorVago Flores

LA LEYENDA DEL HÉROE: El origen de los reinos

[Sé que si estás aquí es, primordialmente, para burlarte de mí. Si no, debería. En verdad prepárate para mala literatura... Dado que este ejercicio es auto destructivo para mí, tomo la decisión de acompañarte. Piénsalo como un diretor's cut, sólo no tan esperado como el de Snyder.]


Hace mucho tiempo, antes de la existencia de todo, en un pequeño pedazo de tierra, había un palacio y ahí vivían cinco dioses: Raikut, la Luz, un hombre delgado de cabello rubio, ojos miel y la piel blanca, con una armadura de acero con los bordes de piel de dragón azul, una capa blanca y en ella bordada un círculo color amarillo y unas botas de metal con el mismo círculo que en la capa. Tamiz, la Tierra, una mujer castaña, de ojos cafés y la piel morena, con un vestido verde y bordeado de flores y hojas en los hombros, una armadura en el tórax y unas botas de piel de dragón. Viflug, el Viento, un hombre delgado de cabello cano, ojos verdes y la piel pálida, con una túnica verde pálido y unas botas de piel de serpiente café. Zurkam, el Agua, un crock —una raza mitad elfo mitad sirena—, sin pelo, ojos negros y la piel azul verde; usaba un taparrabos amarillo de piel de sarón —una bestia de mar, cruza de sapo y tiburón, pero del tamaño de una ballena—. Y Pyrok, el Fuego, un hombre musculoso, moreno y de pelo oscuro con unos ligeros rayos rojos; sus ojos más rojos que la sangre; una armadura de hierro negro y una capucha puesta, café, de tela, con un bordado de dragón en la espalda.


[Por si te quedó la duda: SÍ, SOY CHINGÓN DESCRIBIENDO PERSONAJES. ¿Apoco no los viste clarititito?] Los cinco dioses querían crear un mundo sin guerra ni violencia; por eso habían desterrado al dios de la oscuridad, Rakut —gemelo de Raikut [chan chan-CHAN...]—, de pelo negro, piel morena y una túnica negra. Lo encerraron en su propia oscuridad. Raikut tenía dos aprendices: Neiwa, un joven de piel blanca, cabello castaño y una túnica café, y Zoron, el hermano mayor de Neiwa, pálido de cabello oscuro y la misma vestimenta que Neiwa [Debo parar esta masacre...]. Los dos hermanos estudiaban magia blanca para ser los protectores del mundo en caso de que algo llegara a pasar. Después de tanta espera, ya era el día de la creación del nuevo mundo. Todos los dioses salieron del templo y dieron parte de su magia para la creación. La magia se juntó y una luz apareció: Ratie. Ese era el nombre designado para el nuevo planeta. Éste se empezó a formar poco a poco y el tiempo estimado para la creación total era de veinticuatro días.

 

Era el veintavo día y los dioses estaban muy conformes con la creación de Ratie [Ni las deidades griegas eran tan chingonas, me cae]. Todos estaban reunidos para discutir las razas que iban a existir: —Yo propongo que haya humanos y animales domésticos —mencionó Raikut. —No hay que olvidar a los crocks ni a las bestias marinas —anadió Zurkam. —Pero a las bestias de los bosques y a los humanoides tampoco podemos olvidarlos —dijo Viflug. —También hay que crear monstruos para que los humanos le teman a algo, ¿no lo creen? —preguntó Pyrok.


—¿No te parece injusto para las bestias que sí conoces sus límites? —exclamó Tamiz.

—Sí, pero Pyrok tiene razón; hay que crear algo para que los humanos no se crean superiores a las demás razas de Ratie —añadió Raikut. —¿Saben? Yo que ustedes, ni siquiera me voy haciendo de ilusiones —dijo Zoron desde una esquina. De pronto, expulsó desde su mano una esfera de oscuridad a la mesa en la que discutían los cinco dioses. Los dioses se quedaron sorprendidos al ver que era el elemento de la oscuridad. Zoron reía y reía. Raikut y los demás dioses le preguntaron qué había ocurrido con él. —¿Creen que no sé que soy el hijo de Rakut? Por favor. —¿De qué estás hablando, hermano? —preguntó Neiwa preocupado.


—Lo que escuchaste, Neiwa. Tú y yo somos hijos de Rakut. ¿No es así, Raikut? —Veo que ya sabes la verdad, Zoron —dijo Raikut decepcionado. —No puede ser —murmuró Neiwa. —Así que decidí seguir los pasos de mi padre y me ha sido muy útil ya que lograré liberarlo de su prisión en la oscuridad. —Pero, ¿cómo sabes todo eso? —preguntó Raikut. —Mi padre ya sabía lo que iba a ocurrir. ¡Era un profeta! Lo escribió todo en su bitácora.


—Sí sabemos que era un profeta —exclamó Pyrok. —¿Por qué crees que lo encerramos? Iba a ser un peligro para Ratie y los seres vivos —añadió Viflug. En ese instante, Zoron empezó a decir un cojuro: “Hollus neptera vestus apocaliptica”, y se abrió un hoyo negro del cual comenzaron a salir bestias y demonios por todas partes. Los dioses no podían hacer nada. —Hollus luptera sacrofados angelus —, otro conjuro se escuchó. Lo había dicho Neiwa. De la nada comenzaron a salir ángeles con armaduras del mismo hoyo negro.


[Claro que voy a mezclar toda la mitología que se me podía ocurrir a mis diecipocos años, ¿por quién me tomas?] —¡Son arcángeles! —exclamó Tamiz.


Los arcángeles empezaron a defender a los dioses. Sin distracción alguna, todos fueron contra Zoron. Cuando Raikut llegó, Zoron le lanzó una bola de energía oscura y Raikut desapareció en una cortina de humo morado, y así siguió Zoron uno por uno hasta que no quedó ningún dios. Zoron comenzó a abrir un portal. —Hollus liberus. Neiwa, sin saber qué era, trató de destruir el portal. —No vas a lograr nada con esas tonterías. —¿De qué estás hablando, hermano? ¿Qué es lo que quieres hacer? —Bueno, ya que tú también serás destruido, te podré decir lo que tramo [Naaaaaaa-da cliché].


—¿De qué hablas? —Voy a liberar a mi padre de la prisión en la cual los dioses lo encerraron por una eternidad, y así, mi padre y yo crearemos nuestro propio mundo y gobernaremos un mundo de pura oscuridad [Who saw that coming?]. —Excelente. Gracias por regalarme tu tiempo Zoron —Neiwa sonrió. —¿De qué estás hablando? —Ya lo verás… De pronto, Neiwa hizo un conjuro y el portal se empezó a cerrar. Zoron, con una ira inmensa, empezó a atacar con magia a Neiwa, pero él lo contraatacó con revierte-hechizos. Zoron trataba de atacarlo, mientras estaba en el suelo, así que dijo un conjuro. De la tierra salió una mano y agarró a Neiwa de la pierna izquierda tratando de arrastrarlo. Pero Neiwa impuso fuerza en contra de la mano; por desgracia, la mano era demasiado fuerte para Neiwa y él cayó. Zoron, de la túnica, sacó un sable y se lo enterró en el abdomen a Neiwa. Neiwa quedó muy herido y con todas sus fuerzas arrojó una esfera de luz pero no le dio a Zoron. —Ni siquiera para eso tienes fuerza. —No intentaba darte a ti. Le intentaba dar a tu mundo hecho de maldad.


—¿Qué? No es posible… Mi mundo… ¿Cómo lo hiciste? —Tan siquiera no podrás lograr tu cometido. —No, pero si no puedo hacer mi mundo, tú no podrás vivir en el tuyo. —Tal vez, pero logré mi cometido, Zoron, hijo de Rakut. —Me ofende que no me llames hermano. —Porque en el momento en que seguiste los pasos de Rakut al lado oscuro, al igual que él, has sido desterrado de todo lo que existe en el universo y ustedes dos serán destruidos. —¿Por qué eres tan cruel, hermanito? —dijo Zoron con una voz burlona. Neiwa, enojado, hizo una clase de esfera de luz y se la arrojó a Zoron. Ésta le causó poco daño. Zoron, enojado por el golpe, conjuró: —Linerus dois doRakut —desde el portal que se estaba cerrando, salió una clase de espíritu y se metió en el cuerpo de Zoron. —Por fin he salido de esa cárcel. —¿De qué estás hablando? —Tu hermano es tan ingenuo. Creyó que yo lo iba a ayudar a gobernar el mundo. Yo sabía que iba a pasar esto. —¿De qué hablas Zoron? —No lo entiendes, ¿verdad? Yo no soy Zoron. Yo soy Rakut. Tu padre.


—Eso no es posible. Mi padre es Raikut —hubo una pausa en el comentario y prosiguió—. Pero, ¿cómo te metiste en el cuerpo de Zoron? —Tu hermano… —¡Él ya no es mi hermano! —interrumpió Neiwa. —Está bien. Está bíen… Zoron creyó que yo lo amaba; en mi bitácora escribí todo eso haciéndolo creer que lo ayudaría y escribí ese conjuro para que me liberara, cambiando de cuerpos. A excepción de lo del cambio de cuerpo, claro. —Eso quiere decir que él está en tu oscuridad… —Exacto. Él está sufriendo en mi lugar. El conjuro que él dijo liberó su alma y yo no tengo un cuerpo físico. Eso quiere decir que él ahora es un simple espíritu rondando por ahí. —No puedo creer que seas una persona tan ruin. Es tu hijo y dio su vida por ti; te defendió y te adoró y aún así lo mandaste a la nada. ¿Por qué? —preguntó Neiwa decepcionado. —Porque es un ser inferior. No era tan poderoso como yo. No me servía para nada. ¿Necesitas alguna otra razón?


[¿No te cagan los malos MALOS tanto como a mí?] —No, sólo que ahora sé que mi padre es una persona demasiado ruin, que me da pena ser tu hijo…


—Ah, pena… Deberías sentirte orgulloso de que seas mi hijo, ya que yo seré el dueño del universo. —Ni ahora ni nunca. No te permitiré que gobiernes este u otro universo. Tú volverás de donde viniste. —¿Y quién me va a mandar hasta allá? ¿Tú? Por favor, no me hagas reír. Ni siquiera pudiste vencer a tu pobre hermano y ahora me quieres vencer a mí… —No quiero… ¡Lo lograré! —dijo Neiwa entusiasmado. La batalla comenzó. Neiwa sabía que no iba a ser fácil, pero aun así lo iba a intentar. Sabía que quizá moriría, pero aun así lo iba a intentar. Rakut lo miraba directo a los ojos. Neiwa le respondió la mirada. Se miraron fijamente y, cuando menos se lo esperaba, Rakut se aventó contra Neiwa; sacó una espada y trató de enterrársela en el cuello para así matarlo rápido y sin sufrimiento, pero Neiwa se movió y se le cortó parte de la oreja. No sabía qué hacer ya que su padre tenía años de sabiduría y de experiencia peleando. Estaba desesperado hasta que, de la nada, por tanta desesperación y práctica de la magia blanca, pudo crear una clase de espada de luz. Con ésta empezó a pelear contra Rakut. La pelea fue larga y dura. Neiwa trató de cubrirse un golpe, pero no pudo ya que Rakut le había cortado la pierna y le había dejado una cortada muy profunda. Neiwa trató de todo contra su padre, pero nada era suficiente. Intentó hacer un hechizo, pero, antes de que pudiera hacer algo, Rakut ya lo había golpeado en la mandíbula, haciendo que éste cayera bocabajo en el suelo. Neiwa trató de levantarse, pero antes de que pudiera hacerlo, Rakut lo empezó a pisar y así no lo dejó levantarse. Neiwa, en su último aliento, lo agarró de la pierna y trató de tirarlo, pero no pudo. Después de eso empezó a cerrar los ojos y se desmayó.



 

—Neiwa… Neiwa… Ayúdanos… De pronto, Neiwa abrió los ojos y no vio nada más que su cuerpo. Todo era negro y no se veía nada. De repente, volvió a escuchar: “Neiwa… ayúdanos. Eres el único que puede liberarnos”. —¿Liberarlos? ¿De qué? ¿De quién? ¿Quiénes son? —preguntó Neiwa asustado, hasta que empezó a ver una luz. Abrió los ojos y vio a Rakut encima de él. Con muchas preguntas de lo que había soñado y, sin comprender nada, inexplicablemente recuperó la energía y se pudo levantar contra la fuerza de Rakut y, sin saber por qué, sintió que aquellas voces eran los dioses. Con los ánimos recuperados, subió la guarda y levantó su espada de luz, mientras Rakut reía —aunque más bien parecía que se había sorprendido un poco—. También él subió la guarda. Neiwa empezó a decir un par de conjuros: “Temperetus calorus”, y la espada prendió en fuego, mientras la temperatura empezaba a subir a los setenta y cinco grados centígrados. El viento podía quemar hojas tan sólo con una pequeña brisa. Los dos empezaron a sudar mientras su ropa se prendía en llamas.

Mientras tanto Rakut no intentó hacer nada para detener el hechizo; simplemente salió corriendo contra Neiwa y dio un gran salto. Dio una vuelta en el aire; con la velocidad, su espada ardió en fuego y le dio a Neiwa justamente el ojo izquierdo. Neiwa cayó al suelo tapándose el ojo con las manos, pegando un grito tremendo. Se volvió a levantar y cuando quitó las manos para recoger su espada, se le podía ver el ojo sin pupila sangrando mientras que su otro ojo lloraba.

Neiwa levantó su espada y se agachó dando un giro en el suelo y así se incendió su espada y le dio a las piernas a Rakut. Cuando Rakut cayó, se percató de que sus piernas habían sido cortadas con la espada y en ese instante gritó por tanto dolor en su piernas. Sin embargo, no le sangraban debido a las quemaduras. En ese instante, volteó hacia arriba y lo último que vio fue la espada de Neiwa rozando su cuerpo.

 

Neiwa se sentía culpable de lo que había hecho ya que era su padre; por otro lado, se sentía aliviado por no tener que pelear más, aunque había perdido su ojo izquierdo. Después de darse cuenta de que el hechizo seguía en uso, dijo unas palabras mágicas: “Temperatus normalia”, y el clima volvió a la normalidad. Neiwa se quedó viendo a Rakut fijamente y empezó a ver que un par de luces salieron de su interior y las luces empezaron a cobrar forma humana y se convirtieron en los dioses. Neiwa, feliz de que había vuelto, quedó impactado al saber que no recordaban nada de lo que había pasado y lo que habían hecho Zoron y Rakut. Raikut, agradecido por lo que había hecho Neiwa, dijo: —Neiwa, yo sé que estoy hablando en nombre de todos al decir: “Gracias”. Tanto por salvarnos, como por salvar al mundo. Y, gracias a ti, el mundo se podrá crear libre de maldad.


 

Años después, los dioses y Neiwa se dieron cuenta de que no era necesario que Zoron o Rakut [introdujeran] el elemento de la oscuridad para que hubiera maldad en el mundo, ya que las razas del mundo eran imperfectas. Pero eso no alteraría el destino que los dioses habías preparado para la humanidad.


 

Había un sólo continente con civilizaciones inteligentes, llamado Raikut, en honor al dios de todo. Se crearon seis reinos diferentes: Neiwa, el reino de la luz, rodeado de ríos y bosques, y gobernado por cualquier ser vivo con buenas intenciones; Pyrok, el reino del fuego, que era un completo desierto con una temperatura de cuarenta grados normalmente, gobernado por los humanos, dragonoides, dragones, gigantes y algunas bestias que viven en lava; Tamiz, el reino de la tierra, que estaba entre muchas montañas y desniveles del suelo, gobernado por gigantes, talamos —una clase de humano, con taladros en la frente y manos que alcanzan a girar a una velocidad de hasta doscientos kilómetros por hora—, dragonoides de tierra y bestias de la tierra; Zurkam, el reino del agua, que es un lago inmenso, gobernado solamente por crocks y sirenas; Viflug, el reino del viento, que es un bosque inmenso, con los hogares en los árboles, gobernado por elfos, dragonoides, humanos y bestias aladas, y Zoron, el reino de la oscuridad, muy parecido a Neiwa respecto a los terrenos, pero éste es gobernado por bandidos, ladrones, asesinos, mercenarios, vendedores y todo lo que se le parezca a lo anterior. Pero también hay tres semirreinos: Wurón, el semirreino del hielo; son puras montañas donde siempre hace frio con temperaturas de hasta menos cincuenta grados centígrados; es gobernado por los wurón —una raza superior en cuanto a inteligencia a los humanos, muy narizones y sólo alcanzan una altura de un metro con setenta centímetros—, humanos y elfos. Tarquem, el semirreino de las cuevas, es el semirreino más grande de todos; solamente tiene comparación con Tamiz; se extiende por todo el continente y se encuentra a unos diez kilómetros del suelo. No se sabe qué hay dentro de él. Y Sifrom, el semirreino de la planta; es el bosque más grande de todos los que existen en Ratie y tampoco se sabe de alguna existencia en éste.


[Hasta aquí llega el primer capítulo. Además de éste, tengo otros cuatro; cada uno peor que el anterior.


Hablando al chile, dejando las lágrimas y la risa de lado, sí me da un chingo de pena leer estos primeros intentos de escritura. Eran pé si mos. No hay otra palabra para describirlo. Y, por si tenías duda, claro que limpié todos los errores ortográficos. Mantuve la esencia del texto íntegra, pero de no corregirlos hubiera sido imposible de leer. Neta.


Entonces, ¿por qué chingados lo publico?

Porque es importante sentir esta vergüenza. Recordar dónde empecé. No es ninguna revelación que no son un genio literario –ni de otra disciplina–; simplemente no soy un Beethoven o Van Gogh. Si he llegado hasta donde estoy es por reconocerme malo y chingarle de a madres para salir adelante.


Aún me falta un buen de camino, pero aquí estoy, ¿no? Un día a la vez.



Ah, bueno, y para cagarnos de la risa.]

No todo lo que escribo es seda.

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