Es tarde. Al menos para mí que escribo esto. Espero no estés tan jodido que me lees pasada la una de la mañana. Escucho Candlemass –chingón si te gusta el doom metal– y fumo un cigarro blanco de mi Duende, porque ya se acabaron los míos y KORONAVAIRUS.
Es tarde y estoy reactivando Mis entradas después de casi dos meses. Esas son ocho promesas que no cumplí. Ocho semanas en lo que mucho ha cambiado.
Sería obvio mencionarte la cuarentena –no importa desde dónde me lees–, así que lo evitaré. Lo único que sí comentaré es que no estoy escribiendo esto para compensar mi tiempo libre. En realidad, hace semanas que he intentado volver varias veces.
La cuarentena no me alejó de las teclas y definitivamente no me regresó.
A finales de enero conseguí un nuevo trabajo. Empecé como asistente en una editorial mexicana de mediano renombre. Estaba emocionado, realizado. Decidí conseguir un trabajo estable, ser un "adulto maduro". Pero el tiro me salió por la culata. El último mes fue un puto infierno. Me perdí. No soy extranjero a la mierda de los demás, y precisamente por ello es que decidí largarme a la chingada de ahí.
Pero no pensé en las consecuencias...
Como sombra que se escondía debajo de la cama, la ansiedad se arrastró de vuelta y me derribó. No supe cuánta sangre succionó de la yugular, hasta que me encontré anémico, en una tormenta interior.
Hoy me levanté a la una de la tarde, mi Duende trabajando en chinga a pesar de estar enferma –no, no es coronavirus–, y mi perro esperándome en la puerta para que lo sacara a pasear. Hoy me levanté a la una de la tarde, pero mis ganas se quedaron en cama. Deambulé por las calles vacías, con mi tapabocas, el flaco y una bolsa de mierda.
Me detuve en una esquina de Cuauhtémoc porque un señor me ofreció nuez garapiñada "a quince la bolsa, güero". No llevaba efectivo, pues seguía en mi piyama, pero no se lo dije de inmediato. Sólo lo vi: los párpados sometidos entre las arrugas, las manos duras, el pañuelo agujerado que le cubría medio rostro...
Me insistió.
—Lo siento, pero, neta, no traigo, jefe.
—A'í me lo paga mañana, güero; aquí voy a andar —, en su voz no escuché desesperación, sino determinación. Él necesitaba vender. Necesitaba su trabajo. Sería treinta, cuarenta años mayor que yo y con una frase me pendejeó toda mi existencia: "Aquí voy a andar", pero yo escuché: "Pinche mocoso pendejo, yo sí voy a andar mañana. ¿Y tú?".
Le prometí comprarle mañana y prometo cumplir mi palabra. Mañana voy a andar. Hoy ando. Hoy ya no estoy perdido.
Te platicaré más de lo que se viene en unos días. Sólo estoy terminando de desempacar la mierda que cargaba.
Aquí andamos, salu2 desde el futuro, la "cuarentona" aún sigue de pie