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  • Foto del escritorVago Flores

Sediento

Hoy escapé. Tras meses y meses de estar encadenado a la rutina de un hombre que no soy, hoy escapé. Decidí darme el día. Sólo ser. Regresar a casa. Suena absurdo pensar en cómo la vida nos va arrastrando por un camino que a veces ni siquiera nos damos cuenta que elegimos; en cómo cada decisión, por minúscula que nos parezca, define irremediablemente nuestro destino. Pues así me doy cuenta de que viví durante los últimos dos años: me dejé llevar por una vida que no es la mía. Pensarás: ¿qué suceso trascendental vivió este cabrón? Ninguno. No en el sentido tradicional de la palabra. Simplemente decidí hacer lo que me gusta: dejé mis responsabilidades atrás y visité la Cineteca —piensa en cualquier lugar que aprecias, si eso te ayuda a comprender mejor—, me quedé seis cortas horas leyendo y comiendo y fumando y escribiendo. Con el mismo dolor de cuello que ahora me caracteriza. Seis horas en las que me fui fiel. Después asistí a una función de una pésima película que me encantó: Reborn de Julian Richards. Es un oxímoron decir que me encantó una pésima película, y lo digo sin afán de ofender al director, pero comprender la humildad y la aceptación del creador de que la película es mala y no hay nada de malo con ello, fue liberador. Tuve la oportunidad de conversar con Julian y me pesó ver su dolor, su vergüenza al presentar su film. Sin embargo, lo entiendo. Todos somos Julian; todos nos sentimos avergonzados de lo que creamos, con los pocos o muchos recursos que tenemos en el momento. Lo que debería ser inevitable es la liberación de haber creado —creo que por ahí va el punto al que quiero llegar—; la liberación de aceptarnos tal y como somos. En fin, mi noche continuó en un taxi callejero, de esos que ya no solemos tomar porque “es muy peligroso”, porque “mejor hubieras pedido un uber”, porque la situación en nuestra ciudad, y, sí, aclamo esta ciudad como mía después de siete años… porque la situación en nuestra ciudad está de la chingada. Le pregunté al conductor cómo iba la noche y, tras un suspiro, contestó “pues igual que hace unos años”. Un suspiro que retumbó en todo mi ser. Suspiro que, estoy seguor, retumbó en el pecho de Julian aun cuando ni siquiera lo escuchó. “La noche va igual que hace unos años”. Aunque en muchos sentidos así sea en mi vida, creo que esta noche algo cambió. Son casi las tres de la mañana y acabo de terminar de leer una novela de Baricco —si me estás leyendo mañana, claro que te la prestaré; ya te había dado mi palabra—. Novela que me conmovió y se ganó un espacio bien merecido en la pared de apuesta con mi Duende —luego te cuento de qué hablo—. Quizá ya la leíste o quizá no te interese, pero casi al concluir deja esta reflexión:

“… no somos personajes, somo historias. Nos quedamos parados en la idea de ser un personaje empeñado en quién sabe qué aventura, aunque sea sencillísima, pero lo que tendríamos que entender es que nosotros somos toda la historia, no sólo ese personaje. Somos el bosque por donde camina, el malo que lo incordia, el barullo que hay alrededor, toda la gente que pasa, el color de las cosas, los ruidos. ¿Comprendes?” A. Baricco

[Sí, intencionalmente omito el título del libro porque entonces dónde estaría la diversión de esta entrada. Bien puedes buscarlo en Google, recordarlo en tu librero o buscar extensamente por la bibliografía de Baricco —con esto ya es más que suficiente para que des con el pasaje.] Después de todo, lo que intento decir es que hoy escapé. Escapé de ser un personaje que me monté, para ser la historia y cuánto la compone. No es algo lleno de colores ni fuegos artificiales —dios, sin fuegos artificiales, por favor—, pero créeme que fue liberador, como beber agua cuando se tiene sed.

No todo lo que escribo es seda.

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