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  • Foto del escritorVago Flores

Tarantino, me la pelas

Desde que inició la cuarentena empecé oficialmente a ser profesor de universidad. Ya llevaba un rato como asesor ahí, que básicamente significa ser un profesor a prueba. Como cuando eres médico pasante, pero sólo te dejan observar las cirugías cabronas o cerrar al paciente, así. “Asesora sólo para afianzar conceptos que les puedan fallar a los alumnos”.


Tres generaciones asesorando alumnos, tres años, y creo que aprendí más yo que ellos. Eso es lo que dicen, ¿no? “El que enseña debe de aprender doble”. No sé cómo cuantificarlo, pero sin broncas he aprendido un chingo. No sólo lo teórico —la neta siempre fui matado; desde que me acuerdo—, no… Aprendí profesión: cómo encontrar la forma más eficiente de contemplar esa teoría. Pero, ya lo habías escuchado; no es el hilo negro de la docencia ni de la vida.


Pero sí encontré algo de lo que nadie me habló.


Como dije, empecé justo al inicio de la cuarentena. Tres semanas después, para ser preciso. Tres semanas en las que estuve desempleado, acabándome mis ahorros y buscando chamba como pendejo y arrancándome el cabello por la ansiedad. No fueron semanas fáciles, hasta que recibí el mensaje para ser profesor. Si bien me tranquilizó la estabilidad económica, algo desconcertaba… una voz que confirmaba que aceptar dar clases sería rendirme como escritor, como “artista”, como creador, como profesional; algo que no me pasaba con las asesorías.


Aceptar era el clavo final al ataúd de mi carrera como escritor.


Te has dado cuenta con los meses que no fue más que una chaqueta mental. Escribo más que nunca, y sobre todo estoy publicando, estoy trabajando como perro cada día para ser mejor director, mejor escritor, mejor editor, ya sabes, “sueños pequeños”.


Pero, ¿cómo chingados lo que pensé sería mi calvario se tornó en mi cornucopia de trabajo? Haciéndome responsable. A diferencia de mis asesorados, con los que en su mayoría me conocieron aún como alumno, como ese cabrón de la greña larga, el pendejo que fuma en la terraza y ni siquiera es tan bueno ilustrando, como su compañero…, mis alumnos de la carrera me ven como un adulto que tiene la vida resuelta —o al menos esa sensación me da las primeras semanas—. Ellos acuden a mí no sólo por las soluciones teóricas de Narrativa, sino por temas de la vida profesional, por sus problemas personales, amorosos, psicológicos, por cada detalle que podría parecer pendejo.


Y en muchos casos, eso son… “pendejados”. Pero, qué chingón decirlo con la separación de la edad, claro. Y más que la edad, con la separación de las etapas de vida. Muchos de ellos tienen dieciocho, diecinueve años; apenas están buscando su camino, qué hacer con él, cómo vivirlo, cómo sustentarlo… Así que sí, para mí podrán parecer pendejadas AHORA que ya las viví, que ya pasé por ellas, pero créeme: yo estuve igual. Peor, incluso.


Si alguno de ustedes, chamacos, me está leyendo por cualquier razón, o incluso tú, que no eres mi alumno, pero estás en esa etapa “pendeja”, mándame a la chingada, pero mándame bien. Vive lo que tienes que vivir, cágala en lo que la tengas que cagar, aprende, disfruta… Y si no puedes, créeme que no estás solo, busca apoyo, aférrate de las personas a tu alrededor, sé una carga, pero una consciente, una que lo que se propone es levantarse.


A esto me refiero con que ahora soy responsable. Veo en cada uno de mis alumnos el potencial de ser alguien que disfruta la vida cada vez más, que la vive plenamente en una etapa en la que nadie sabe cómo hacerlo —ni siquiera yo, pero ahí la llevo. Sonrió cada que escribo, que bailo con mi Duende, que hablo por teléfono con mi familia, que el flaco se me acurruca en la cama…—. Soy responsable no de enseñarles teoría. No puedo ser tan soberbio como para creer que sé más que McKee, Field, Snyder, Tarantino, Campbell, King… ¡JA! Soy ceniza de cigarro en la carretera junto a una playa y ellos son mar infinito, no chingues. Pero lo que sí puedo hacer que ellos no, es inspirar a estos chamacos, verlos a los ojos —aunque sea a través de la pantalla por ahora— y convencerlos de que pueden lograrlo si le chingan, decirles que su mensaje importa… Que ellos importan.


Tarantino, ¡me la pelas!

Sé que cada generación la cagaré, que habrá alumnos con los que no conecte, que no empaticen con mis métodos… Sé que no soy un caballero de armadura que puede salvarlos de todos los problemas que la vida les va a rematar, pero también sé que ahí estaré intentando ser mejor, más y más humilde, demostrándoles lo que pueden lograr, partiéndome la madre revisando avances hasta las tres de la mañana para que ellos sepan en qué fallaron y en qué son unos chingones. Estaré compartiendo mi pasión y avivando la de ellos.


Entonces, sí, desde el inicio de la cuarentena empecé oficialmente como profesor, sin darme cuenta de que también empezaría a ser mejor, a ser profesional.


[Por cierto, más extraño aún, pero si alguno de mis profesores o mentores me está leyendo, la neta te debo quien soy. Gracias.]

No todo lo que escribo es seda.

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